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La mujer en «El crimen del sátiro»

Una de las grandes aportaciones de El crimen del sátiro es que muestra un retrato de los suburbios madrileños, con la noche y sus habitantes, en una confusión de gentes, calles y sucesos que se desarrollan vertiginosamente. Como bien dice Rosa Navarro, se trata de «una crónica de la existencia y sus alrededores», del «relato de una época» y «el reflejo del vivir y padecer de los más variados individuos del momento». Así pues, Carrère, en ese afán por ofrecer una panorámica del momento, también otorga voz a un grupo fundamental pero lamentablemente reprimido: la mujer.


No es lo más común que obras de la época se hagan eco de esta realidad de una forma tan humana y, si cabe, reivindicativa. En ese aspecto, podemos apreciar unas reminiscencias algo galdosianas en el texto por la dimensión que se le da a lo femenino, que va más allá de lo superficial o puramente secundario. Carrère toma los personajes de una sociedad y los entremezcla hasta conseguir un universo completo, dentro del cual destaca la voz de las víctimas que, si algo ha quedado demostrado, son ellas.


La nouvelle de Carrère pone en evidencia la realidad de una sociedad denigrada, violenta y, ante todo, desigual, en la que el crimen está a la orden del día. Y, no es nada nuevo, en toda sociedad corrompida la mujer siempre es la primera en salir perjudicada. No han faltado pruebas de ello.


A lo largo de las páginas asistimos a una sucesión de mujeres que luchan por ganarse el jornal cada día, por cuidar de los suyos, por salir adelante... En esencia, por (sobre)vivir.


Aparecen prostitutas, mujeres maltratadas por sus maridos, madres que sufren por sus hijos, ancianas que han acabado sucumbiendo a la brutalidad del entorno y aquellas que, sin aún haber terminado de crecer, son empujadas con fiereza al mundo adulto y a su sordidez. Se entrelazan diferentes situaciones y existencias que sitúan su punto de encuentro en la condición de ser víctimas de la crueldad que las rodea.


Además, sucede algo único. Con toda esa variedad se puede observar un continuo, las diferentes edades de la mujer como una misma existencia desdoblada en tres. De esta forma, se aprecia cómo, a medida que crece, su inocencia se va perdiendo hasta que termina por formar parte de toda esa inhumanidad.


Mujeres de la vida, Solana

En la obra subyace un tono de denuncia latente ya desde la primera escena, donde presenciamos un diálogo que, crudo en su sinceridad, evidencia la realidad que sufren dos mujeres. Una prostituta, la Jamelgo, se lamenta por su vida de trotacalles y por todo lo que tiene que soportar para poder llevarse comida a la boca, mientras que la otra, la Ramona, una madre de varios hijos, se queja de estar oprimida por la sombra de un marido borracho, violento y derrochador, que no se preocupa en nada por su familia, privándola de una libertad de la que, en cambio, sí goza la otra. Ambas debaten acerca de su situación en una especie de competitividad inconsciente por demostrar qué vida es peor o quién sufre más. Sin embargo, de una forma u otra, las dos están unidas por la miseria, y es precisamente ahí donde radica su complicidad, entre ellas y el resto de mujeres que aparecen en la historia. Ningún sitio es seguro para ellas, que solo buscan un lugar que las reciba con amabilidad y respeto, y menos todavía en los rincones más oscuros de la sociedad.


El caso de la tía Güesos también es digno de mención, una figura recurrente en la tradición literaria. Aquella vieja alcahueta y hechicera que es capaz de cualquier cosa con tal de obtener dinero. Es una mujer que consigue sustentarse por sí misma valiéndose de sus innumerables oficios, la mayoría de dudosa moralidad, pero que también padece. Y es eso mismo lo que la lleva a vivir de aquella forma, mellada por la sociedad y los años.


Pero, sin duda, si algún punto expone más esta injusticia, es el propio crimen. Es ahí cuando violencia alcanza su máximo exponente en una narración grotesca, casi visceral, con la que asistimos a la mayor de las atrocidades, una que hasta los propios delincuentes parecen repudiar.



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