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Entrevista a José F. Estévez

Actualizado: 17 may

«La bohemia se ha romantizado, en realidad era marginalidad, pobreza, una época muy turbia de la que los escritores y pintores querían salir»

José F. Estévez, nieto del pintor Enrique Ochoa, habla de su abuelo, quien fue «amigo de correrías bohemias» de Carrère e ilustrador, no solo de El crimen del sátiro, sino de muchos de los mejores poetas de la época.

 


Hablamos a través de una pantalla, pero ni siquiera los píxeles pueden borrar el brillo de ilusión que se percibe en los ojos de José F. Estévez cuando habla de su abuelo, el pintor Enrique Ochoa; el orgullo que transmite su sonrisa cuando nos cuenta, con un destello de emoción, el enorme talento del artista. A pesar de que el tiempo (guerra civil de por medio), a veces injusto con los que menos lo merecen, se haya encargado de recubrir con una pátina de olvido su fascinante figura.

 

Pero si hay alguien que puede rescatar del cajón de los recuerdos a Enrique Ochoa y revivir su interesante historia para el mundo, ese es José F. Estévez. Nieto del pintor y director de la fundación que lleva su nombre, consiguió retratar en su libro Enrique Ochoa: el artista y la espía, la vida, no solo de su abuelo, sino de todos aquellos artistas y escritores que vivían al margen de la sociedad.

 

Enrique Ochoa fue, sin duda, un pintor adelantado a su tiempo. Trabajó para algunas de las revistas más importantes de la época y llegó a ser conocido como «el pintor de la música» por dar vida en sus cuadros a algunas de las composiciones musicales más famosas de la historia. Además, fue el gran ilustrador de los poetas de principios del siglo XX. Sus dibujos acompañaron las obras más emblemáticas de escritores como Rubén Darío, Dicenta, Hoyos y Vinent… y, por supuesto, Emilio Carrère.

Fue investigando esa primera edición de El crimen del sátiro, de Carrère, donde encontramos por primera vez la huella que el pintor dejó en la historia de nuestra literatura. Enseguida nos conmovió la sensibilidad de sus ilustraciones, la expresión evocadora de los rostros, la sutileza del trazo, la precisión con la que había conseguido capturar, en apenas unas pocas líneas, la esencia de lo que Carrère quería transmitir con su obra.


Por eso, no podíamos dejar de recuperarlas para esta nueva edición, que está a punto de llegar a las librerías de la mano de Libros de la Ballena. Nadie mejor que Ochoa para retratar ese ambiente de bohemia, opresivo y marginal, de los barrios más pobres de Madrid que relata la novela, y que él mismo vivió, junto a Carrère y muchos artistas de la época.

 

Y nadie mejor que José F. Estévez para contárnoslo. Ochoa siempre decía que con los ojos también se puede escuchar, y nosotros los tenemos bien abiertos para escucharle a él.


Enrique Ochoa fue uno de los pintores más emblemáticos de su generación, y la calidad de sus cuadros es innegable. ¿Por qué cree que no tiene hoy en día el reconocimiento que merece?

 

Una cosa es el marketing, y otra el valor histórico y pictórico. Durante su juventud fue un pintor muy conocido, y después de la guerra fue considerado uno de los grandes artistas de la época. Pero a partir del 78, con la Transición, es verdad que no ha tenido el reconocimiento que merece. De hecho, eso es lo que tratamos de hacer con la fundación: reivindicar su figura para que vuelva a ser conocido otra vez. Y es gracias a ella y a las nuevas generaciones como vosotros que lo estamos consiguiendo. Es un pintor que a todo el mundo le gusta, todas las épocas, toda la gente ve la calidad de sus obras.

 

¿Existe alguna diferencia entre el estilo que empleaba en sus cuadros y el que utilizaba en las ilustraciones para los libros?

 

Ochoa fue un dibujante que se adaptó muy bien al mundo de la imprenta. Trabajó para las grandes revistas de la época, como La Esfera, Nuevo Mundo, Blanco y Negro..., y conocía muy bien lo que tenía que tener un dibujo o una ilustración para ser publicados. Su forma de pintar sobre caballete es muy diferente, no solo por la técnica, también por el estilo. Ahí experimenta y se muestra como un pintor con un conocimiento profundo de lo que le rodea, algo que se aprecia en sus pinturas de plástica musical.

 

¿Qué es la plástica musical?

 

Ochoa era un hombre muy sensible, y esta sensibilidad le permitió combinar la pintura y la música. Él traduce el lenguaje de la música al lenguaje pictórico, convirtiendo las notas en sentimientos, en una paleta de colores. Siempre decía que los ojos también pueden escuchar.

 

Ochoa fue tu abuelo paterno. ¿Cómo era tu relación con él?


No teníamos una relación habitual entre nieto y abuelo. Mi padre y él no tenían demasiado contacto porque se separó de mi abuela a finales de los años 20. No le conocí hasta los diez años, en la década de los 60, y por entonces él ya vivía en Palma de Mallorca. A partir de entonces fui muchas veces a su estudio, y cuando yo escribía poemas solía enviárselos a él.

 

En tu novela Enrique Ochoa: El artista y la espía recreas algunas de las conversaciones que pudieron mantener Ochoa y Emilio Carrère. ¿Cómo se llevaban los dos artistas?

 

Ochoa tuvo una relación muy próxima con Carrère, y también con Dicenta, con Pedro Luis de Gálvez y, sobre todo, con José Francés, el gran escritor y crítico modernista, que además fue padrino de mi padre, Pepe Estévez. Ilustró las obras completas de Rubén Darío, y también las del poeta francés Verlaine. Se llevaba muy bien con todos.  Eran compadres, amigos, incluso a veces vivían juntos. Es el caso de Luis Bagaría, dibujante del diario El Sol, con quien compartió estudio en 1915. En la novela las conversaciones son ficticias, pero la relación fue real, lo sabemos por sus textos.

 

En el libro dices que Emilio Carrère era «colega de correrías bohemias» de Ochoa. ¿Qué significa esto?

 

Los años que Ochoa pasa en Madrid, en particular entre 1915 y 1920, son años de Bohemia, que él vive junto a todos estos poetas, incluido Emilio Carrère. Poetas que después de muertos no han sido lo suficientemente reconocidos. Pero luego la bohemia se ha idealizado. En realidad era marginalidad, miseria, una vida dura. Aunque entre ellos también había un grupo que gozaba de más respeto, una especie de élite, a la que pertenecían Gómez de la Serna, Valle Inclán, Ortega y Gasset…

 

En la novela de Carrère que estamos publicando, El crimen del sátiro, la mujer es la gran protagonista de la historia. ¿Qué importancia tuvo la mujer en la obra de Ochoa?

 

Bueno, es absoluta y total. Los periodistas le llamaban «el pintor de las mujeres». La aristocracia le pedía retratos. Tenía una habilidad especial para recoger el mundo femenino, sacaba su belleza. En sus cuadros llama la atención la expresión de los ojos, las manos, las joyas, el peinado…

 

Parece que se fijaba mucho en el detalle.

 

Era un pintor modernista puro, se ve en el detalle de la seda de los vestidos, de la gasa. El mundo femenino lo plasma de una forma sutil y sugerente. Hay mucho lirismo en sus cuadros. Esta mañana, por ejemplo, le enseñaba el cuadro de un retrato de 1916 a un amigo que nunca había visto una obra de Ochoa, y se ha quedado impresionado con la mirada.

 

Es curioso este contraste entre la novela de Carrère, mucho más grotesca y oscura, y los cuadros de Ochoa, que, al contrario, parecen estar llenos de luz.

 

Es verdad. La bohemia era mal olor, pobreza, una época muy turbia de la que los escritores y pintores querían salir. Ochoa tuvo un gran éxito pintando y salió de la miseria de la bohemia. Siempre fue un pintor muy alegre, con mucha luz y color en sus retratos, y esa es una de las diferencias con otros pintores de la época, como Zuloaga, o Gutiérrez Solana, excelentes pintores, aunque más castizos.

 

¿Cómo era el trato que recibía la mujer por parte del hombre en la Bohemia?

 

Era una época absolutamente machista, es así. En el mundo de los poetas la mujer estaba idealizada, era una mujer lírica. Ochoa idealizaba a la mujer que pintaba, a todas. Todas las mujeres que pintaba eran atractivas porque siempre encontraba algo bello en su expresión, en su pelo, en su compostura.

 

Es la concepción de la mujer como objeto de belleza.

 

Sí, el trato que se daba a la mujer en aquella época era injusto, pero él siempre se mostró más cercano a la mujer moderna. De hecho, no había nada más moderno que la mujer pintada por Ochoa. Las mujeres con las que se relacionaba eran mujeres liberadas, y lo vemos en sus cuadros: llevaban el pelo corto, minifalda en los años 20, algo que era rarísimo, y muchas aparecen con un libro en la mano: eran mujeres intelectuales. Pero el mundo femenino en el que se movía Ochoa no tenía nada que ver con la realidad de las mujeres de la época. No había igualdad, estaban supeditadas a la vida del hombre.

 

Antes mencionaste a Verlaine, el poeta francés. Carrère tiene un libro que se llama La copa de Verlaine, que tiene una ilustración preciosa. ¿Crees que podría ser de Ochoa?

 

Podría ser, Ochoa es un mundo por investigar. Yo siempre digo que lo que falta de él son un par de investigaciones o una tesis doctoral, tanto de sus ilustraciones como de su pintura de caballete, porque hay muchas cosas por descubrir. No todas sus obras están firmadas y hay algunos cuadros que se piensa que podrían ser suyos. Pero, como digo, haría falta una investigación en profundidad.

 

Ahí queda esa reivindicación. Ojalá alguien la recoja. ¿Y cómo te gustaría que Enrique Ochoa fuera recordado?

 

Me gustaría que fuera recordado como un pintor que abrió las puertas a la vanguardia. Creo que no se puede entender la pintura experimental que se produce en España después de la guerra sin conocer a Ochoa. La pintura de la música que hace, por ejemplo, y que he mencionado antes, es algo que no ha hecho nadie. Es pura abstracción, y en el año 39, cuando lo pintó, era muy novedoso. Pero, sobre todo, yo creo que pasará a la historia del arte por ser el ilustrador de los grandes poetas, como Verlaine, Rubén Darío o el propio Emilio Carrère.


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