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Los modernistas y el satanismo

En nuestro artículo «Las influencias de Emilio Carrère», mencionamos ya algunos de los autores que más influenciaron a Carrère como escritor, sobre todo en su faceta de poeta. Su traducción de Verlaine y su admiración por Baudelaire, Rimbaud o Mallarmé, hicieron de Carrère un conocedor del simbolismo francés y de los gustos temáticos de estos poetas malditos. La adopción del movimiento simbolista francés por parte de las letras hispánicas trajo consigo un revoltijo de términos relacionados con esta nueva tendencia literaria; términos independientes pero que bebían unos de otros. Así, nos encontramos con el fin-de-siècle, el decadentismo, el parnasianismo, el impresionismo, el modernismo y, como una de las manifestaciones de este último, la bohemia de nuestro Carrère.


«La copa de Verlaine», de Emilio Carrère. Un libro de relatos que proporciona una visión impecable de la verdadera vida de los poetas malditos.

Las corrientes mencionadas son ramas de un mismo árbol: nacen de la misma crisis del espíritu, de la misma búsqueda de ruptura y provocación y, por ende, todas comparten matices troncales. Sin embargo, a pesar del nombre y renombre de los poetas malditos franceses, máximos exponentes de este momento de la literatura, parece que, con el paso del tiempo, se intentan olvidar sus gustos más oscuros y retorcidos. Por ejemplo, el también bohemio Alejandro Sawa, se declaraba «encerrado en su museo interior», y una de sus mayores aspiraciones era «adquirir a ciertas horas de la vida la horrorosa serenidad del cadáver». Así, los poetas de este tiempo anhelaban la muerte de su voluntad (dijo Antonio Machado, cuyo ideal era «tender[se], sin ilusión ninguna»); buscaban consuelo y escape en el alcohol y las drogas; su refugio era la noche; y su inspiración, la mezcla de erotismo y santidad, de misticismo y satanismo. Baudelaire definió el espíritu de esta época como «la fosforescencia de la putrefacción».

 

Los poemas modernistas de la época estaban plagados de personajes salidos de los bajos fondos de la sociedad: prostitutas, rufianes, jugadores, enfermos, marginados de todo tipo. Pero había, además, otras dos figuras que perseguían y obsesionaban a los bohemios españoles: Cristo y el Diablo. Para ellos, Cristo representaba el sufrimiento y el dolor de su existencia, mientras que Satán era símbolo de su pasión irrefrenable por los placeres terrenales. Aun teniendo en cuenta esta dicotomía, la tendencia satanista de algunos poemas de la época no tiene una explicación clara. Es cierto que a finales del siglo XIX, Europa experimentó un resurgimiento del ocultismo y el esoterismo, pero no se sabe a ciencia cierta si los modernistas y los bohemios realmente creían en las ciencias ocultas, o si solo eran para ellos una fuente más de inspiración artística. Los bohemios heredaron el gusto por la demonología de los románticos, y sus poemas rebosan referencias al Maligno, que a veces es incluso la personificación del yo poético. Sin ir más lejos, Pedro Barrantes en su poema «La risa del Diablo», representa su frustración sexual mediante la figura de un demonio, que se burla del poeta que sufre un delirio erótico-sentimental hacia un cuadro de la Virgen María.

 

En lo que respecta a nuestro autor, Carrère gustaba de explorar temas oscuros y misteriosos, lo que lo llevó a tener interés por el ocultismo y lo sobrenatural. Prueba de esto es el giro hacia el horror que da su pluma en La torre de los siete jorobados, además de los numerosos artículos periodísticos en los que plasmaba su investigación sobre eventos sobrenaturales. Si Carrère era un verdadero adepto del ocultismo, o si su interés era meramente artístico, es una incógnita a la que ya no podemos dar respuesta.


 

Bibliografía:

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«Soy el titiritero que mueve sus muñecos vivos, poniendo una rosa de poesía sobre el dolor de los burdeles y una ilusión de gloria sobre los soñadores fracasados.» Emilio Carrère

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