«La corte es ciudad de contrastes; presenta luz fuerte al lado de sombra oscura; vida refinada casi europea, en el centro, vida africana, de aduar, en los suburbios». Pío Baroja, 1904
La torre de los siete jorobados es una novela escrita por Emilio Carrère y publicada por primera vez de forma completa en 1920. Destaca por su hibridismo pues se presenta al lector como una poética de lo fantástico con un aire demoníaco que es, al mismo tiempo, una historia de misterio y aventuras ambientada en Madrid. Carrère explora el entramado urbanístico de la capital y sus leyendas a lo largo del recorrido de sus barrios y callejuelas.
En 1944 La torre de los siete jorobados fue adaptada por Edgar Neville (1899-1967), trabajo que evidenció una importante influencia del expresionismo alemán en su estética. Citando al Diccionario del Cine Español: «En La torre de los siete jorobados, Neville consigue aunar el realismo del sainete madrileño con el irrealismo del expresionismo alemán» (Borau, 1988).
En el Madrid castizo de finales del siglo XIX, el joven Basilio descubre al fantasma del doctor Mantua. Esta enigmática figura le encomienda la misión de proteger a su sobrina Inés, cuya vida corre un grave peligro. Basilio iniciará así una peligrosa aventura repleta de enigmas que le conducirán hasta la Torre de los siete jorobados.
La ficción habita en el terreno de la duda, el límite entre la realidad y lo fantástico. El espectador desconfiará hasta el último momento: ¿lo que se presenta ante sus ojos es veraz o mera apariencia? Y no es de extrañar, La torre de los siete jorobados es un desfile de personajes grotescos y espacios insólitos. Mediante el uso de elementos realistas y oníricos la acción discurre hacia lo terrorífico.
Sin duda, uno de los mayores logros de Neville es la construcción de la atmósfera por medio del contraste entre luces y sombras. Los claroscuros de La torre de los siete jorobados no dejan de recordarnos a otros clásicos del cine alemán como El gabinete del doctor Caligari o Nosferatu.
Cabe destacar el protagonismo del espacio. Neville representa un Madrid tenebroso, cambiante y perfectamente definido. Esta dimensión es doble, un esquema dual, la ciudad oculta en sus profundidades los corredores y galerías de una antigua ciudad judía, laberinto donde tendrá lugar el clímax de la acción dramática.
A lo largo de toda la película, Neville se beneficiará de la dialéctica creada por la luz y la sombra, resultando en un efecto de gran belleza plástica. Las mismas calles de la arquitectura popular madrileña que a la luz del día parecen inofensivas (la calle de la Morería, la Plazuela del Alamillo), se transforman en lo oscuro, convirtiéndose en un espacio perverso. Madrid se sumerge en una noche cargada de malos presagios que da lugar a la investigación policiaca. Basilio, acompañado por el inspector Martínez y guiado por su curiosidad, sigue la figura encorvada del jorobado Malato, encontrando la entrada de la antigua ciudad judía.
En sus cavidades encuentra al doctor Sabatino, quien por medio de sus poderes hipnóticos atrae a Inés hacia su guarida, subyugando la voluntad de la joven. El choque entre el protagonista y Sabatino, quien habita la torre junto a su séquito de jorobados, será el generador del miedo y la inseguridad en la ubicación subterránea.
La torre de los siete jorobados se desarrolla entre dos modelos distintos: el costumbrismo de raíces madrileñas y el despliegue de elementos fantásticos fijado en un contexto urbano. Desde la escritura de Carrère hasta la visión de Neville, esta obra es una mezcla original y castiza, la unión entre el estilo gótico y la leyenda popular.
Bibliografía:
Alfonso San Miguel Montes, «La torre de los siete jorobados: cuando el Madrid castizo abrió una puerta a un modelo urbano expresionista».
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